La dorada, conocida también como Sparus aurata en nombre científico, es una especie de pez que habita en el Mar Mediterráneo, aunque también se puede encontrar en el Atlántico. Recibe su nombre de la franja dorada que atraviesa su cara entre los ojos, exhibida orgullosamente como una medalla de oro viva. Su cuerpo es alto, ovalado y comprimido, coloración azul verdosa en la espalda y blanquecina en el vientre, con toques plateados que se realzan ante la incidencia del Sol.

Posee una boca relativamente pequeña, pero dotada de una sorprendente potencia. Con ella puede triturar las pequeñas piedras que ocultan entre sus hendiduras los suculentos moluscos y crustáceos de los que se alimenta. Las doradas son animales omnívoros, flexibles en su dieta que puede ser complementada con algas e incluso pequeños peces.

Prefiere litorales rocosos, estuarios y también observa en aguas salobres. Durante el día busca refugio en el fondo y por la noche recorre locales más someros para alimentarse. Su adaptabilidad a diferentes entornos es uno de los factores por los que ha alcanzado popularidad en la acuicultura.

Sin embargo, su belleza y sabor la han convertido en objeto de deseo para pescadores y chefs. Este pez representa uno de los grandes trofeos para los pescadores deportivos, que valoran su lucha encarnizada y su astucia a la hora de sustraer el anzuelo. Para los cocineros, la dorada es un manjar exquisito. Su carne blanca, firme y magra, con un ligero sabor a mar, es muy apreciada en la gastronomía mediterránea.

A pesar de su valor culinario y deportivo, la dorada posee una importancia ecológica que no debemos olvidar. Como parte esencial de la cadena trófica, la dorada garantiza el equilibrio de las poblaciones de moluscos y crustáceos, evitando potenciales problemas de sobreabundancia. Por tanto, nuestra fascinación por la dorada no debe traducirse en explotación excesiva, sino en un aprecio que conjuga el deleite gastronómico, el desafío deportivo y el respeto ecológico.